Una versión periodística de esta entrevista se publicó en los portales de Telam, Infobae y Diario Argentino, en julio de 2022
En 1997, durante una de las cada vez más raras entrevistas que por ese entonces concedía, cuando ya se había encontrado a sí mismo y parecía decidido a replegarse, David Bowie le decía a David Cavanagh, de la revista Q: “Me gustan los músicos que no tratan de probar lo grandes que son con su instrumento, sino que tratan de mostrarte lo que son como personas: que acaso te dejan asomar a las grietas de su psiquis”. Lucrecia Martel pertenece a esa clase de artistas. Y Terminal Norte, su último cortometraje, se abre frente a nuestros ojos como el recorrido de una rajadura sobre la pared blanca. Una grieta, el túnel hacia las profundidades de una mente brillante; brillante sin más. Si alguien le pregunta, después de un enredo de vueltas y desórdenes, qué significa para ella la palabra provinciano, Martel responde: “En los museos de provincia está lo provinciano. Pero en una terminal de ómnibus, no. ¿Por qué?”. Es que quizás las psiquis contundentes, como aquellas que le gustaban a Bowie, solo necesitan de un único instrumento: las pocas palabras.
O quizás necesitan también, las mentes brillantes, del sonido. Lucrecia Martel ha construido Terminal Norte sobre los cimientos de la música. Es esta una historia de encuentros de mujeres, de hombres -de personas, esa es la palabra- en situación de musicalidad. El centro material de esta historia no es un lugar, sino la reunión de esas personas, quizás, la poderosa voz de la cantora Julieta Laso. Un ir y venir entre las canciones y las rutas inespecíficas. No importa dónde. Ha dicho Martel, en las distintas oportunidades en las que ofreció una clase magistral titulada Phonurgia, que no es la imagen sino el sonido lo que en realidad ocupa más espacio en una película. Porque es el sonido lo que genera efectos físicos en el cuerpo; es allí, ha dicho, donde el espectador está inmerso. Ella es esa mente brillante que piensa que hay que sumergir al espectador en un universo sonoro, “un universo que ponga en duda la verdad de las imágenes, que permita compartir la experiencia extraordinaria que nos da el cine de comprender que la realidad es una construcción”.
Lugar y construcción, música, personas. Una vez que hemos quedado para una conversación epistolar, le escribo a Lucrecia Martel. Le digo que se han señalado sobre Terminal Norte una serie de lecturas posibles: que hay allí un componente de misterio, que en los planos de esos viajes nocturnos aparece lo inquietante, que esas reuniones de mujeres para hacer música bien podrían pensarse como un aquelarre, que podría leerse también en Terminal Norte una reivindicación de derechos de la mujer, de las diversidades sexuales. Le digo que, si bien puedo percibir que esos elementos están en alguna medida, en mi caso, como he nacido y vivo en una provincia, no puedo mirar Terminal Norte de otro modo que no sea a través de mi propia lente. Un cristal sesgado, una perspectiva de lugar. Le digo que su trabajo me ha llevado a pensar en otros temas. Y que es en torno a eso, los temas que mi lente imagina, sobre lo que quisiera hacerle algunas preguntas.
–En primer lugar, me permito ver en tu historia imágenes que hablan de la provincia y de las personas que habitan ese lugar que, desde la capital se denomina “interior”. Y veo una mirada tuya en relación a eso, que me parece muy potente ya desde la primera línea, cuando la voz en off de Julieta dice “en el año que asoló la peste, una cantora del Río de la Plata se refugió en el norte del país”. A mí me hace pensar en un primer movimiento que hace tu historia, que viene a contradecir un imaginario que considero tan presente como silenciado en nuestro país, la idea de que la capital es un lugar seguro y que más allá de la frontera está la tierra donde habitan el peligro y las personas inferiores. Quisiera saber si pensás que ese imaginario existe, si lo observás por ejemplo en el cine o en la literatura. Y si te parece que podemos ver en tu trabajo una mirada otra, que se planta frente a esa idea de la provincia como lugar peligroso. Porque Julieta, que es de la capital, se refugia en la provincia. Y no al revés.
-Entre las muchas absurdas fantasías que componen la patria está esa del interior. Tan sólidamente constituida como los continentes parados sobre el Sur. Hay un ejercicio intelectual muy sencillo, seguramente muchos ya lo han hecho: abrir el google Earth y mirar la tierra poniendo los polos a izquierda y derecha. Si uno mira el continente latinoamericano de ese modo, dejando la cordillera hacia arriba y Brasil hacia abajo, Salta parece una ciudad costera. Es desesperante. El orden espacial, tan arbitrario como la fecha del tiempo, tiene lo bueno que tiene cualquier esquema, la velocidad para situarse. Y lo malo: el olvido de que era arbitrario. Que una parte del país se defina como interior sincera algo profundo de nuestra cultura, la perspectiva de orilla, de recién llegados al continente. Los últimos presidentes de nuestra democracia han tropezado con esto en desafortunadas frases, revelando la imposibilidad de reconocerse en la mirada inversa, la que mira a los recién llegados. En fin. La producción audiovisual de noticias porteñas confirma diariamente lo decididos que estamos a mantener las cosas de esa manera.
–En este mismo sentido, en esto que a mí me parece leer en tu obra (no solo en Terminal Norte sino en tus trabajos anteriores, siempre me quedo pensando en que lo que haces es plantear una discusión a lo que se supone que es el interior), en el cortometraje aparece un fragmento que me resulta también contundente. Es el momento en el que vemos un viaje en auto, aparece una luz confusa y se escucha una conversación en la que las mujeres se preguntan si serán las luces de las sectas y entonces una de ellas responde “no la mires”, como si lo peligroso estuviera solo en nuestra mente. ¿Lo que definimos como seguro y aquello que calificamos como peligro siempre está en nuestra imaginación?
-Puede ser. La frase “no lo mires”, es de lo más reveladora. Cuando éramos chicos no había que mirar a la gente que tenía algo inusual: una pierna ortopédica, un dedo de menos, síndrome de down, una cicatriz que le cruzaba toda la cara, un ojo de vidrio, unas maneras raras. Pisoteábamos la curiosidad como si fuera un bicho. El mundo que no puede sujetarse a nuestras ideas debe ser abolido. “No lo mires” está a tres centímetros de “algo habrá hecho”.
–Hay una tercera cuestión en relación al lugar que me parece que salta a la vista para quienes habitamos en las provincias y miramos desde esta lente sesgada. Veo Terminal Norte y pienso que esta historia contada por alguien que no se ha dejado llevar por esto que muchos de quienes vivimos en la provincia identificamos como un mandato capital: aquel que estereotipa a la provincia con la ruralidad y el atraso. Y esto me parece muy contundente en el momento en que ocurre otro viaje en auto, esta vez por una ruta de montaña, de fondo escuchamos una música y unos versos en inglés, y la toma está a una velocidad de ciudad. Me gustaría que me contaras cómo ves y cómo describirías el espacio de provincia hoy.
-Bueno, justamente Julieta y yo nos vinimos a vivir a Salta para lanzarnos a mayores aventuras. Indudablemente la maraña de cables ha reconfigurado el espacio. Sobre todo la idea de centralidad dentro de la periferia. Porque a nivel planetario todavía hay centralidad, pero en la periferia, que es donde estaremos como país por un buen rato, el centro se vuelve difuso. Ahora que he pasado de Youtube a Tik Tok, sin ninguna melancolía, es muy claro que lo que me detiene en un video, nada tiene que ver con cierta idea de novedad que uno esperaba de las grandes ciudades. Lo misterioso, lo extraordinario, definitivamente crece en todos lados.
–Terminal Norte representa para mí no solo una discusión a la idea imaginaria que tenemos de la provincia, sino también una mirada para repensar cómo estereotipamos a las personas que habitan ese lugar. En un momento, la coplera Mariana Carrizo dice: “sin carnaval no hay reseteo de la vida”. No se me ocurre una línea más hermosa para sintetizar dos cosas: que hay un estereotipo acerca del folclore y otro para definir a las personas de la provincia. Que en ese instante se diga la palabra resetear parece la más hermosa forma de desmentir ese estereotipo, ¿no te parece?
-Completamente de acuerdo.
–En caso de que coincidieras en que existe tal mirada en torno a los provincianos, me detengo en la palabra provinciano. ¿Es un gentilicio? ¿O es un adjetivo? Si es un adjetivo, qué es lo que te parece que indica. Es decir, qué es lo que se quiere decir cuando se dice que algo “es provinciano”.
-Hoy justo pensaba sobre eso. En los museos de provincia está lo provinciano. Pero en una terminal de ómnibus, no. ¿Por qué?
-En el bellísimo momento en que aparece sentada sobre ese sillón en medio del bosque, Lorena Carpachay le habla a Julieta de la resistencia. A mí Terminal Norte me parece una historia que efectivamente está poniendo en un primer plano a aquello que se define como minorías, en este caso, la minoría sexual a la que ella pertenece. Pero me pregunto, al situarte en ese no lugar que construís, ese paisaje en el que por momentos aparece una ruta y una urbanidad otra, tan característica de las provincias, ¿también querías hablar de otras minorías? ¿querías hablar sobre cómo es ser personas, simplemente?
-Creo que todo lo que venimos hablando aplica para esto de minorías. ¿Qué es realmente una minoría sexual? Porque si pudiéramos definir eso, significa que tendríamos muy claro qué es la mayoría sexual. Lo bueno de envejecer es que ya podés confiar en algunas estadísticas propias: en 55 años no conocí ni un adulto, ni una persona que podamos llamar normal sexual y emocionalmente. Entiendo perfectamente que la simplificación es un modo de ordenar una comunidad. Esto va a ser lo normal, esto no. Todos los días podemos leer entre los títulos más importantes de cualquier diario, que el apocalipsis ambiental ha llegado. Y más arriba o más abajo de ese título, vas a encontrar uno que aplaude la aparición de una mega empresa interplanetaria. Daría la impresión que ya no somos capaces de trazar las lineas que unen unas cosas con otras. Ojalá podamos derrotar estas ideas sobre minorías, interior, en fin, antes que partan las naves a otro planetas.
–Por último, la música de Terminal Norte es, para mí, un capítulo aparte. Siento como si esta historia estuviera hecha solo para narrar en carne viva lo que otras formas de arte, como el cine y la literatura, sencillamente no logran respecto de la música, de las canciones.
-De acuerdo. Terminal Norte ha sido una revelación musical para mí misma. Y es bueno que llegando al final demos el crédito que corresponde a Julieta Laso en todo esto. Esa magia es suya.
Completamente de acuerdo.
Las conversaciones epistolares suceden así, están a merced de la mediación de la distancia, de lo indeterminado del tiempo en que se extenderá el silencio después de una última carta. Escribo “completamente de acuerdo”, porque efectivamente pienso que Terminal Norte es una canción y también creo que la música siempre nos enfrentará a nuestra imposibilidad, creo que las canciones no podrán abrazarse nunca desde ningún otro lenguaje. Pero todo eso ya no forma parte de esta conversación, porque el tiempo de la distancia ya se ha abierto. Tampoco estará ya, en esta conversación, la sensación de compañía que sobreviene después de un encuentro, esa ventisca de proximidad fugaz entre personas. El silencio después de una conversación especial, de provincia a provincia.