SOBRE SAN MIGUEL, DE MARÍA LOBO

Por Tomás Richards, REVISTA LA PAPA.

Hay una idea que ordena gran parte de la vida argentina que tiene que ver con una división entre la ciudad capital y las provincias, en la que la primera funge de centro absoluto de la vida culta y las segundas cumplen con ser el territorio de la ignorancia y la brutalidad. Se trata, desde ya, de la vieja consigna de civilización contra barbarie, que opera con gran vigencia organizando la vida social, económica y política del país. Esa idea ordena también el imaginario de nuestra literatura, asignando roles, modos y temáticas según se escriba desde la capital o desde el interior, desde la ciudad o desde el campo.

Después de dos libros de relatos (Pequeño militante del PO y Santiago) y dos novelas (Los planes y El interior afuera) en los que María Lobo buscaba afirmar por la positiva la existencia de vida civilizada en su Tucumán natal, en San Miguel, su último libro, decide de modo abierto ir por la negativa y escribir en contra de ese statu quo secular. El disparador dramático de la trama es la estancia prolongada de la protagonista en una residencia para escritores en el Chaco, la obligada y melancólica distancia con el hogar y sus nuevas relaciones de afinidad y hostilidad con los demás escritores residentes. En esa trama, San Miguel, la protagonista y voz narrativa, establece una relación epistolar y telefónica con su pareja ausente, Keylor; otra relación de cercanía y enamoramiento con Bridge, un colega que, se supone, escribe acerca del “futuro inquietante”; y una relación de creciente incompatibilidad con Jennifer, quien escribe como y acerca de lo que un escritor de provincias debe escribir para no ser ignorado.

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