Por Verónica Estévez. El San Miguel imaginado por María Lobo bien podría ser reclamado por Ítalo Calvino para sus Ciudades invisibles. El San Miguel de María Lobo no es el San Miguel de Tucumán de los tucumanos ni del resto de argentinos, ¡ni mucho menos el de los libros de geografía! Es un San Miguel en el que puede nevar todo el año, con pistas de esquí y habitantes diestros en el arte de esquiar, que salen de cacería al modo inglés y que ya no duermen la siesta, con subtes, vuelos directos a todo el país y cabinas de teléfono rojas en las esquinas.
Sin embargo, este San Miguel tan extraño (en una Argentina también extraña, con muchas ciudades capitales y una provincia), de pronto se vuelve familiar, cuando nos invita a ir a “la época en que los árboles están llenos de aquellas naranjas” o a la “de los pavimentos grises por los restos de cenizas por la zafra“. También aparece ese “edificio a medio construir, ese lugar donde debía haber funcionado la residencia universitaria de San Miguel” y esos “árboles tan importantes, como el gomero que está justo enfrente de nuestros muertos, en el cementerio”. No faltan el tan particular empleo del pretérito perfecto compuesto (¿Has visto?) y la anotación de Bridge, uno de los personajes, cuando remarca que en San Miguel nadie dice luciérnagas. “Tuquitos, dice él, no luciérnagas.”
En el marco de una residencia de escritura de un año, en un Chaco casi imposible, asistimos a la historia del proceso de creación de una novela.
Una mujer, la narradora, mientras intenta mantener a flote una relación amorosa de larga data, tiene un romance con otro escritor coterráneo.
La afirmación de una voz propia, el posicionamiento del escritor argentino en el mapa del país, los cuestionamientos sobre las imposiciones reduccionistas de la literatura del interior o de las provincias desde la Capital, las posibilidades del lenguaje… son temas que se despliegan en su lectura que, sin embargo no se agota en estos.
Si con El interior afuera, mientras lo leía, tuve (y persistió) la sensación de estar deslizándome en el agua, con San Miguel me sentí adentro de una canción. Cuando un escritor maneja con tanta pericia y seguridad su instrumento expresivo, puede escribir cualquier cosa: que nos cuente por escrito qué hizo desde la mañana hasta la noche nomás ¡y ya tenemos un libro! Creo que sinceramente María Lobo podría producir novelas en serie sobre cualquier cosa. Sin embargo, eso, que le resultaría fácil, no es el camino elegido sino que, en un ejercicio de gran desnudez, va construyendo y reafirmando una voz singular. El “quisiera” con el que comienza muchos párrafos a lo largo de la novela y que funciona como una especie de leitmotiv, resume justamente esa búsqueda por tratar de comunicar “lo que piensa”.
“Pero hay cosas que, aunque pienso, nunca digo” (dice la protagonista), y agrego: pero quisiera…
Ya otra singular voz de la literatura argentina, Alejandra Pizarnik, nos daba cuenta de esa búsqueda implacable y nos advertía:
“Las palabras no hacen el amor. Hacen la ausencia.”
“Si digo agua ¿beberé?, si digo pan ¿comeré?”
Sin embargo, en esta palabra tan bien trabajada, lejos de ofrecer una experiencia erudita y antigua, se respira una frescura y una energía muy jóvenes porque explota la más vital (para mí) de las funciones de la literatura: la función poética asentada en el efecto de extrañamiento, del que ya teorizaban los rusos a principios del S. XX.
Este extrañamiento en San Miguel opera en todos los niveles: lingüístico, genérico, temático, espacial, en el nivel de la percepción…
Hasta los espacios tipográficos son manipulados como artificios. La narración por momentos se desliza a la poesía sin generar ningún ruido, las palabras se dibujan en el blanco de la página y nos encontramos con fragmentos como el siguiente, que bien podrían integrar un libro de poemas:
“Cuando una quiere adivinar qué es lo que sucede allí,
quisiéramos
saber
si es una familia o
es una sola persona la que habita ese hogar,
si leen, si ven televisión,
si estas personas viven de un modo
inconsciente,
dentro de su paisaje físico,
si esas personas quieren ser,
o son personas que necesitan dejar de existir”.
O con imágenes totalmente insólitas como:
“Y ahora que hay tanta nieve, el estanque de la residencia se parece a Michael Hutchence. “
Así como asistimos al trastocamiento de la ciudad de San Miguel de Tucumán por esta “San Miguel” a secas, lo mismo sucede con el Chaco, escenario de la trama. Su geografía aparece alterada por montañas, nieve, esquíes, aerosillas, estanques congelados y un clima casi absurdo, porque en esta novela casi nadie cree en el clima, como si de una fe se tratara. Este Chaco es dibujado por momentos, cuando a los protagonistas les permiten salir (o se escapan) de la residencia que tiene una agenda de actividades muy reglada para garantizar la eficacia del programa de escritura.
En este marco de encierro surgen las asociaciones y las divisiones entre los escritores. Capital y provincia es la división más marcada por los prejuicios y las imposiciones. Por supuesto que los conceptos de literatura, literatura nacional, de escritura y el del rol del escritor son revisitados y cuestionados. Las primeras afinidades se transforman en relaciones de amistad y amorosas que siguen una dinámica propia. Solo adelantaré, para no “espoilear”, que ese clima tan intelectual que se establece, no solo es roto por los films ochentosos y los video clips, sino maravillosamente por un pasaje al acto totalmente inesperado de la protagonista hacia el final, que sinceramente me encantó.
“¿Tu novela es distópica?—me dice Bridge.
Nunca me lo había preguntado; silencio.
—Quiero decir —dice—me refiero a si es inquietante.
—Tiene un poco de música—le digo.”
Bruce Springsteen, David Bowie, Marianne Faithfull, Michael Hutchence, Backstreet Boys, Ceratti , Pearl Jam, REM, U2, Lou Reed… lo mejor del rock-pop de los últimos 50 años se fusionan con el texto generando una estética cercana al video-clip.
Es verdad que en un afán clasificatorio nos veríamos en problemas ya que, aunque podemos reconocer algunos elementos de la novela distópica (en esos Chaco y San Miguel casi delirantes) y de le nouveau roman (con el empleo de la segunda persona y las descripciones casi cinematográficas de los espacios), cuando la prosa es de un ritmo tan hipnótico o tan vacilante, una se olvida de preguntar en qué categoría situarla. La mejor clasificación la ofrece Keylor cuando le dice:
“Haces música cuando escribís”
Entonces: ¿qué es música? Se puede leer la historia de la música como una progresiva ampliación de la experiencia estética, ampliación por ende de lo que se entiende y se escucha como música. Por lo tanto, cuando leemos San Miguel, sin duda escuchamos música.
Verónica Estévez