Presentación de Imaginario, de Edgardo Scott

1)

Para empezar.

Podríamos decir que, si bien es cierto que entre nosotras y nosotros se agazapan cientos y miles de personas que habitan este mundo nuestro sin haberse hecho jamás alguna pregunta, existen también, por fortuna, personas que sí lo hacen.

Y ya puestas a hacerlo —ya que son capaces de cuestionarse—, esas personas, a lo largo de sus vidas, se harán preguntas de todo tipo. Preguntas interesantes. Indagarán acerca de sus propias existencias. O sobre el devenir del tiempo. Incluso, si esa persona es artista, puede que alcance a preguntarse acerca del modo en que su arte interviene en el campo de la cultura.

Porque preguntas hay a montones.

2)

Sin embargo, yo quería detenerme hoy en una bien específica.

Una pregunta que, de alguna manera, me parece un interrogante irreversible.

Irreversible en un sentido.

Estoy hablando de una pregunta que, una vez que las personas se la han hecho a sí mismas, se encuentran atrapadas en un lugar del pensamiento del que les resultará difícil volver.

Estoy hablando de ese momento.

El instante en el que las personas nos preguntamos por qué pensamos lo que pensamos.

Qué hay allí.

Qué de inexplicables razones nos llevan a pensar del modo en que lo hacemos.

Y a las personas, entonces, una vez que hemos sido tocados por esta pregunta, ya no volvemos.

Entramos en una especie de deriva.

Empezamos a buscar las respuestas allí donde, según se corre el rumor, podríamos encontrarlas.

Y entonces, las personas, vamos hacia la Filosofía o hacia la Historia o hacia la Semiología. Porque, es cierto, en cada uno de esos lugares podríamos encontrar respuestas.

De todos esos lugares — el de la Filosofía, el de la Historia o el de la Semiótica como espacios de reconocimiento—, en mi caso, tengo mi preferido.

Desde hace ya muchos años, mi corazoncito ha sido encantado por la Sociología del Conocimiento.

Que es, quizás, el espacio intelectual que más claramente se ha hecho y ha intentado respuestas para esa pregunta.

Porque cuál otra es sino ésta.

Por qué pensamos lo que pensamos, podríamos decir, es la pregunta de la Sociología del Conocimiento. Ese es su trabajo. Aventurar respuestas en torno a esa pregunta.

Este encantamiento mío con la Sociología del Conocimiento proviene, en gran medida, de una de las respuestas que, desde ese lugar, se le ha dado a esa pregunta.

Me refiero a que parte de su biblioteca intuye que pensamos lo que pensamos por una razón, que es esta. Las personas no pensamos las cosas directamente, sino que las miramos a través de una lente compleja.

Es decir.

Pensamos lo que pensamos porque miramos al mundo a través de algo que se interpone entre el mundo real y nosotros.

Y ese algo que se interpone no es otra cosa que lo imaginario.

De esa respuesta, precisamente, viene lo irreversible de la pregunta.

Porque, una vez que hacemos conciencia de esa lente, ya no volvemos.

3)

Estamos aquí, entonces.

Imaginario es el título de este libro de cuentos.

Y este es un libro que intuye, como la Sociología del Conocimiento, la complejidad del pensamiento humano.

La complejidad de lo imaginario.

4)

Pensamos a lo imaginario como un entramado de ideas que las personas usamos para pensarnos a nosotras mismas.

Esas ideas no son otra cosa que los llamados imaginarios sociales.

Tipificaciones que nos permiten imaginar lo lejano, dicen Berger y Luckmann.

Procesos de significación que producen sentido, diría Pierre Ansart.

Estructuras de poder, dice Baczkó.

Y apunta por allí Castoriadis, con mucha energía: las ideas imaginarias instituyen el mundo que habitamos.

Porque si hay algo en lo que coinciden las definiciones de los imaginarios es, precisamente, en ese punto.

Los imaginarios son ideas.

Pero no unas ideas cualquiera.

Son ideas poderosas.

Esa es la razón por la que, en un momento de la historia, los poderosos del mundo empiezan a preocuparse no sólo por el control bélico sino también por el control de ese orden de ideas imaginario. Salen a la caza de esas ideas. Quieren saber dónde están porque entienden que el poder se alcanza una vez que hemos tomado el control de ese universo imaginario. Quieren saber de dónde vienen. ¿Estarán esas ideas en las escuelas? ¿Estarán en las iglesias? Más adelante, el poder se pregunta si esas ideas se están cocinando en los diarios.

Esa es la razón por la cual Hitler, por ejemplo, hablaba por radio.

Son poderosas, esas ideas.

Primero, porque no están escritas en ninguna parte y, sin embargo, las personas nos comportamos bajo su régimen silencioso.

Quiero decir.

No son ideas personales: una vez que las cargamos encima, salimos con esas ideas a hacer nuestras cosas en el mundo.

Es decir.

Esas ideas tienen incidencia en los espacios que habitamos.

Así que, llegados a este punto, podríamos decir que esas de imaginario, quizás, tienen poco.

Más bien, deberíamos hablar de ideas reales.

Porque si las personas las usamos para andar por el mundo, esas ideas existen.

Por eso, cada vez que tengo que pensar acerca de lo imaginario, vuelvo a una metáfora que no proviene de la Sociología del Conocimiento, pero que me parece bastante exacta. Se la he robado a Susan Sontag. En su ensayo “Notas sobre lo camp”, Sontag dice que la estética camp es una lente a través de la cual miramos el mundo.

Pienso en los imaginarios de ese modo.

Como una lente a través de la cual lo miramos todo.

Me parece una buena metáfora.

Porque es lo que ocurre con nuestros anteojos.

Los llevamos puestos porque, de otro modo, no podríamos ver.

Pero, al mismo tiempo, llegados al punto en que podemos ver bien, olvidamos el artefacto.

5)

Estamos aquí, en el entramado del imaginario, porque “Imaginario” es el título de este libro hermoso que ha escrito Edgardo.

Y pienso que el título no podría haber sido otro.

Porque aunque ninguno de los cuentos que lo componen lleva ese nombre, los personajes que habitan este universo están atravesados por lo imaginario.

Sus existencias van y vuelven a partir de las lentes que se interponen entre ellas y ellos y el mundo.

Y todo eso ocurre mientras las personas ignoran que ven el mundo a través de un artefacto.

Hay en estas páginas una invitación a los pliegues de lo imaginario.

Y una compleja sucesión de consecuencias.

Porque los destinos de los personajes se derivan de las decisiones que ellas y ellos han tomado desde la lente difusa de sus imaginarios.

6)

Quisiera traer aquí, entonces, algunos de esos pliegues.

Las formas de lo imaginario que se deslizan en estos relatos.

En la historia de Franz Reichelt, el imaginario cobra la forma de un traje. Las personas, dice el narrador, se construyen un traje para salvarse. Un traje de ideas, pienso. Con esas ideas salimos, todos envueltos, quizás engorrosamente. Salimos envueltos de ideas al mundo. Las sostenemos, quizás, sin pensarlo. Y entonces, esas ideas, finalmente, pueden transformarse en nuestro salto al vacío.

En Quiroga, el pliegue entrelaza la relación entre el orden del pensamiento, la forma de lo imaginario y el arte de lo escrito. El narrador de este cuento sabe que las personas estamos, todo el tiempo, bajo el yugo de aquello que pensamos. Y sabe que pensamos en desorden. Tal como aparece en nosotros el entramado de lo imaginado. Los elementos de una narración, entonces, no deberían aparecer en el orden de lo esperado. Cuando eso ocurre, parece decir el narrador, cuando alteramos ese desorden de lo imaginado, la narración va hacia el fracaso. Lo mismo que nuestras vidas. Las personas mueren en el preciso instante en que se rinden frente a las ideas de lo ordenado.

El personaje del cuento El huevo imagina que carga con una deformidad en su espalda. Cree en esa condición. La carga con todo su peso. Las personas somos bien capaces de hacer eso. Imaginarnos en una deformidad que no existe. Las personas actuamos de ese modo. Cumplimos con la ley no escrita o con la ley que hemos escrito nosotras y nosotros.

Me detengo en este cuento, que me parece particularmente complejo y hermoso.

Porque no es una historia de las cosas que ocurren sino de cosas que el personaje imagina que ocurren. Tenemos un cuento, aquí, bien Shepardiano. Personas que se comportan por lo que imaginan que ocurre y no a causa de lo que realmente ocurre. Esa clase de fantaseadores tan maravillosos de Shepard. En función de aquello que imagina, este personaje va desarrollando un comportamiento para con las otras y los otros. Hace y deshace a causa de esa deformidad que quizás no existe. Porque “la imaginación —dice el narrador— es la que impone sus circunstancias y condiciones”.

Y en este cuento tan hermoso. Hemingway.

El pliegue de lo imaginario navega hacia las aguas de lo doloroso. Se entreteje, en esta historia, un concepto. Los imaginarios, aquí, cobran la forma de una instancia de salvación porque, de alguna manera, nos impiden ver al mundo tal cual es. Entonces, cuando esas ideas desaparecen, cuando una persona se enfrenta al mundo sin la lente de lo imaginado, sobreviene lo trágico.   

Recupero, por último, el susurro de lo imaginario de Última tarde en Belleville. Las cosas no existen. Es la imaginación la fuerza que las hace cobrar entidad. Por ejemplo, si acaso no pudiéramos imaginar la propia muerte, entonces la muerte no podría existir.

7)

Hace algunos días, un amigo, buen lector él, se lamentaba de una distinción propia de estos tiempos.

La distinción que existe entre los libros que se pueden o no leer comiendo pochoclos. Decíamos que el problema no es la existencia de esa distinción, sino la trágica convicción que tienen algunas personas de que hay un libro en esos escritos que pueden leerse mientras se come pochoclo. El problema es, también, ese pensamiento que entiende que es difícil que las personas lean libros que requieren del pensar.

Con mi amigo coincidimos en la necesidad de seguir escribiendo y editando para que la literatura vuelva a ser el espacio de libros como el que acaba de publicar Edgardo.

El espacio de los libros que se despliegan hacia los pliegues difíciles.

El espacio de la pausa, de la discusión.

De las preguntas.

Libros como este.

Habitados por preguntas urgentes.

Libros que no teman desplazarse hacia la dimensión compleja de lo imaginario.

Libros que, por esa misma razón, tal como las preguntas, nos lleven hacia la tierra de lo irreversible.

Ese lugar del cual ya no volvemos.

8)

Cierro.

El sujeto que está en la tapa, aunque podría ser efecto de alguna imaginación, existió.

O existe.

Murió imaginando que podría volar.

Una idea que, acaso demasiado pronto, se desplomó.

Porque las idas imaginarias, con cierta frecuencia, terminan desplomándose.

A causa de su propio peso.

Lean a Edgardo.

Muchas gracias.

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