PRESENTACIÓN DE CIUDAD, 1951 | POR LUCAS GUZMÁN CORAITA

Mi nombre es Lucas Guzmán Coraita; soy arquitecto y profesor de historia de la Arquitectura en la FAU de la UNT.

Hoy voy a tener el honor y la suerte de presentar una novela que considero fundamental. Y digo suerte porque comulgo con una reflexión que leí alguna vez sobre esta palabra, que habla de la suerte como el “estar en el lugar indicado en el momento correcto y por sobre todo estar preparado para recibirla”.

Este lugar indicado seguramente fue ese queridísimo espacio que supo propiciar María, un club de lectura. Espacio que comenzó en El Árbol de Galeano los martes por la noche. Donde un puñado de entusiastas de la lectura y la literatura nos reuníamos a leer cuentos o pequeñas partes de novelas que el tiempo nos permitía encarar y comentar.

En este espacio María nos enseñó a leer, que no es poco. María me nos guio por este universo maravilloso de la literatura. Nos hizo pasear con mucho placer por las obras de Borges, la literatura argentina, latinoamericana, norteamericana, que disparaban eternas charlas que sirvieron para entusiasmarnos y alimentar las ganas de saber más, de leer más. Esas hermosas charlas “nerds” como muchas veces comentábamos que no podíamos tener en otro ámbito que no fuera este. Pero, finalmente, no nos quedábamos en el simple acto de comentar, lográbamos construir algo mucho más complejo, algo precioso y casi en extinción; lográbamos conversar.

Regresar a la esencia de las palabras resulta muchas veces revelador para entender su sentido. No es casualidad que conversar sea una herencia del latín conversari, que hace referencia a “vivir, dar vueltas, en compañía”. Así, una conversación es más que un intercambio de frases y está lejos de ser un monólogo, un sermón o un debate; es, más bien, el encuentro humano por excelencia. Conversar, entonces, está más cerca al acto de reunirnos en la mesa y compartir comida e ideas, que al de subirnos a un atril a dar un discurso. Conversar es “estar vueltos los unos a los otros a través del verso”, es reconocer la diferencia y asumir desde el disfrute y la construcción que somos seres sociales. 

¿Y qué es Ciudad, 1951 sino una impecable e imperfectamente humana obra de arte, construida en base a la conversación? Celebración de la conversación, el encuentro humano por excelencia.

María es una valiente, sin mencionar su capacidad para la palabra, no es mi campo y no quiero ser intruso en esto.

Durante algunas de esas amenas y dilatadas charlas de café, hablábamos de nuestras pasiones. Arte, libros, arquitectura. Y cómo olvidar cuando le brillan esos ojazos y su cabeza ya vuela en ideas. “Pasame ya todo lo que tengas sobre historia de la arquitectura”, me dijo alguna tarde.

María no construyó esta novela al azar. Se zambulló en el mundo de la arquitectura. Lo entendió, lo sintió y lo hizo propio. Tan propio que dio a luz a personajes como Benita, que no habla simplemente sobre arquitectura. Benita es arquitecta. Le dio vida a Charles. Charles también es arquitecto. Y mientras te va atrapando en esa perfecta red de interlocuciones por momentos querés hablar con ellos y participar de ese encuentro.

Yo quería caminar con ellos por ese San Miguel de 1951 y llegar a la cima de los cerros.

El escenario es perfecto y para nada anecdótico.

Rescata con un engañoso “al pasar”, un momento de nuestra historia local fundamental, con peso local, nacional e internacional. La inconclusa construcción de la Ciudad Universitaria en San Javier.

Momento, para muchos, desconocido.

Me atrevo a decir que María puso en palabras lo que mucho imaginábamos, pensábamos casi sin pensar, en lo que fue, quiso ser o nunca fue esa gran estructura de hormigón que se levanta soberbia y sin vergüenza de estar inconclusa.

Convirtió esta obra de la arquitectura que no fue, en un por momentos incomprensible recuerdo del futuro.

Pero digo yo, ¿recordamos el futuro? ¿Serán los recuerdos del futuro algo que nunca sucedió? ¿Acaso los recuerdos no son construcciones que también vamos mutando según nuestra conveniencia?  ¿Hasta dónde podemos probar que nuestros recuerdos son reales?

Una idea que se desarrolla a lo largo de esta caminata durante la cual el tiempo parece eterno y fugaz. Una conversación en la cual lo fugaz se transforma en eterno, y donde los recuerdos del futuro hacen realidad lo que nunca fue.

Espero que todos tengan la oportunidad de tener a María en sus mesas de luz, porque su obra es la invitación que todos estábamos esperando.

La invitación a entregarnos al encuentro con nuestra condición humana en su eterna búsqueda del sentido de la vida.

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