La no correspondencia de las cosas

Por Silvia Gallo, Texto leído en la presentación de San Miguel.

En la ficción de María Lobo nada está en su sitio, en su lugar definitivo, o donde el lector lo espera.
El primer libro que leí de María, cuando la conocí, es Santiago; allí todos los relatos tienen nombre de lugares desde los cuales los protagonistas están volviendo, o hacia los cuales están yendo; pero el sitio de referencia es siempre San Miguel. Cuando lo terminé, la primera pregunta que me surgió fue por qué este libro se llama Santiago y no se llama San Miguel. Luego, pensé: escribe sobre un lugar llamado San Miguel, nunca usará ese nombre como título de un libro. De nuevo me equivoqué; me gusta equivocarme. De manera que hoy estoy aquí para compartir con ustedes, mi lectura de su nueva novela, San Miguel.
Esta novela tiene la complejidad que supone narrar en primera persona, y de estructurar el relato a través de cartas que su protagonista, a la que todos llaman San Miguel, escribe a Keylor; él es el destinatario de su escritura. Sin él, no habría historia. Es sobre el sonido inaudible de su voz, al otro lado de un teléfono fijo, por el que hablan cada tanto, que se construye el relato.
No sabemos si las cartas son enviadas; si Keylor las recibe. La narración se asienta en la voz, de la protagonista que las escribe. Ella es quien cuenta esta historia de un grupo de escritores que han sido becados para escribir una novela, a la que como lectores, a medida que transcurre la historia, asistimos a su construcción.
Todo se desarrolla en un Chaco nevado que cobra importancia capital retomando la pregunta de la novela anterior: Capital, ¿es un concepto geográfico?
La vida transcurre en un contexto de encierro con otros escritores. Escritores de las capitales. Escritores de la provincia.
Jennifer es una escritora de provincia, tentada a escribir respondiendo a los estereotipos dominantes.
Bridge es un escritor nacido en San Miguel. Como la protagonista, son oriundos del mismo lugar.
Sería tentador decirles que ellos se enamoran. En mi lectura, ella ama a Keylor y admira a Bridge, quien es capaz de obtener el respeto de las elites literarias. Él consigue establecer un puente, una frontera entre el centro y la periferia.
A las cartas también solemos llamarlas correspondencia. Pero a mí me interesa detenerme en la no correspondencia de las cosas. En lo que no se dice, en lo que hace ruido, en el chirrido, en el griterío, en los sonidos. La novela está impregnada de ellos, y son tan importantes como la música que escuchan, o los videoclips y las películas que ven los protagonistas.
No sabemos el nombre de la protagonista, la llaman San Miguel, pero ese no es su nombre; escuchamos correr el sonido infinito de la línea analógica, por el auricular, cuando llama a Keylor a la casa que comparten; el narcisismo sordo de los escritores en las reuniones de los sábados; los uhum, los ahá, de las tensas conversaciones con Jennifer; el eco de los peces en el estanque; el chirrido de los pies cuando se hunden en la nieve; el estampido del agua cuando entra en contacto con un objeto contundente.
Me interesan los tiempos verbales en los que están fundadas las literaturas en la novela.
Leo un fragmento:
…“Hay una clave que emerge en la contextura de la lengua. Una propiedad que es física. El canto de la lengua dibuja aureolas en el aire; como la estela de un avión a chorro, un avión cinematográfico, la palabra es lanzada y en el abrazo del espacio aéreo logra diseñar un dibujo diferente, es fácil caer en la confusión ya sea en Tucumán, también en San Miguel, las aureolas que emiten las personas al hablar repite una formula común: las preguntas se inician en pretérito perfecto ¿Has visto?, ¿Has notado? Pretérito perfecto compuesto”…
Más adelante San Miguel dice: “Lo que escribo es material para un tiempo futuro que tendrá un presente fugaz, apenas perceptible; luego tornará en pasado.”
San Miguel escribe en pretérito perfecto; los de las capitales, en cambio, escriben sobre un futuro inquietante. Pero sobre estas diferencias no pueden debatir en las reuniones de los sábados. Demasiado ruido.
Les decía que me interesan los tiempos verbales, las palabras, porque somos un hecho del lenguaje. “El inconsciente está estructurado como un lenguaje” reza un axioma del psicoanálisis. De manera que a nosotros nos constituye un tiempo verbal.
En “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, Lacan dice: “Me identifico en el lenguaje, pero solo perdiéndome en él como objeto. Lo que se realiza en mi historia no es el pretérito indefinido de lo que fue, puesto que ya no es, ni siquiera el perfecto de lo que ha sido en lo que soy, sino el futuro anterior de lo que yo habré sido para lo que estoy llegando a ser”.
¿Qué es San Miguel?
San Miguel no es Tucumán. En San Miguel, como en Chaco, nieva en febrero, todo se cubre con un blanco que borra la geografía.
San Miguel es
Un libro, este libro
Un lugar
Una geografía montañosa
Un nombre de mujer
Una palabra
Un sonido capaz de formar volutas en el aire
Un trazo
Un verbo
Un futuro anterior.

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